La coronación de la gastronomía en lo más alto de la cultura hace que sus representaciones surjan en todos ámbitos. Cine, fotografía, literatura y por supuesto uno de los grandes triunfadores de la industria del entretenimiento en el siglo XXI: Las series televisivas. No se trata de ambientar una serie en un medio gastronómico, eso ya se había hecho, si no hacer una serie para representar el drama de la vida con las herramientas narrativas que ofrece una cocina. Para los que no la hayan visto The Bear, esta serie cuenta la historia de Carmen (en este caso como nombre masculino), joven y prestigioso chef que debe regresar para hacerse cargo del restaurante familiar ante la muerte de su hermano. A partir de ahí la combinación de una familia perfectamente disfuncional, un protagonista al borde del hundimiento psicológico, un restaurante de barrio en la banca rota y la endiablada vida que se desarrolla en las cocinas van desarrollando la trama. Visualmente es de una potencia que desborda, los guiones de una profundidad que rara vez se encuentra en la televisión y los actores de un nivel que no es muy habitual. Las dos primeras temporadas son verdaderamente buenas y el primer capítulo de la tercera una joya sin más. Media hora de imágenes evocadoras, flash backs y cámaras subjetivas para dibujar la llegada de Carmy hasta el presente. Pura poesía visual con un nivel de riesgo muy pocas veces visto en el mundo televisivo. Lo cierto es que tras este prometedor arranque en la tercera temporada, los capítulos se van haciendo un tanto erráticos y sólo el dedicado a Tina, otra maravilla, está a la altura. El que arriesga mucho puede extraviarse en el camino, pero benditos estos extravíos. Nos quedamos a la espera de la cuarta y con que sea la mitad de buena que las anteriores, será para celebrarla otra vez. No se la pierdan.