Hace tiempo que el mundo digital ha puesto en cuestión muchos de los objetos con los que llenábamos nuestra vida e incluso pensábamos eran imprescindibles. Uno de ellos son los recetarios. En cualquier casa que se preciara en España se deberían tener al menos dos: El 1080 de Simone Ortega y el recetario de la “Sección Femenina” A partir de ahí se publicaban y vendían infinidad de libros culinarios que fueron un negocio redondo durante décadas. La irrupción de internet y las redes sociales, con su saber infinito, han planteado la necesidad real de estos libros. ¿Están todas las recetas y técnicas culinarias en internet y de manera gratuita? Pues la respuesta es que salvo rarísimas excepciones sí. Pero no sólo están las recetas, lo más común es que podamos encontrar estupendos videos explicativos con la definición exacta de todos los procedimientos, utensilios etc. etc… Por lo tanto… ¿para que necesitamos libros de cocina? Pues la respuesta fácil sería que para nada y la respuesta más meditada que para mucho. Uno de los filósofos más interesantes de la actualidad, el coreano Byung-Chul Han, ya reflexionaba ha principios de esta década sobre la digitalización de nuestro mundo y la dramática desaparición de los objetos físicos en nuestra vida. No es su utilidad en el sentido tradicional, es que las personas construimos nuestro espacio vital y nos dotamos de sentido a través de las cosas que nos rodean. Ellas nos dan estabilidad y su ausencia desorganiza la narración de nuestra vida. Efectivamente yo puedo encontrar como hacer una tarta de limón en cualquier búsqueda en Google, pero nunca será como la receta que guardo subrayada y con anotaciones del libro de mi padre. Una cosa son instrucciones, datos, y otra soy yo mismo. Y créanme que no saben igual.