Hace tiempo que decidí no preparar en demasía mis comidas en los viajes. Mis experiencias siguiendo recomendaciones no habían sido muy buenas y hay capítulos como el de “la mejor carbonara en Roma» (segun Lonely Planet) que mejor olvidar. Muy al contrario, recuerdo aciertos memorables fruto de meros accidentes o de coincidencias inexplicables. Así ocurrió la última noche que pasamos en Kioto. Sin dirección definida y con el sol ya puesto, caminábamos buscando donde comer entre lugares saturados de turismo y restaurantes de elegancia zen con precios disparatados. A punto de darnos por vencidos, y terminar comprando cualquier cosa en un Combini, pasamos por un local que nos llamó la atención. Un tanto escondido, sin detalles exóticos de «japonesismo», con familias cenando, apenas ningún turista y un precio razonable.  Mas que suficientes indicadores de un lugar con interés.

Nos sentaron en la barra, donde el cocinero a la vista, frente a nosotro comenzó a prepararnos algunas de las mejores porciones de sushi que hemos probado en todo nuestro viaje a Japón (y eso no es decir poco). Salmón, atún o pez limón se deshacían en la boca, e incluso el sushi de calamar, siempre más difícil, era una exquisitez. El arroz perfecto, con esa textura tan sencilla y tan difícil de conseguir con la suave presión de la mano. La tempura, crujiente y sabrosa. Por si fuera poco, la sopa miso, con un cierto toque alimonado, inmejorable. Lo único que lamentar es que nuestro triste conocimiento del japonés nos impidió probar platos menos conocidos.  ¿Qué donde está esta maravilla?… Pues déjese llevar. Siempre hay sitios estupendos cuando uno tiene la paciencia suficiente.

Detalles

Kioto es una ciudad preciosa. En el Ryokan donde nos alojamos tuvimos la suerte de disfrutar de desayunos tradicionales japoneses y una cena exquisita también tradicional. La calidad de todos los productos y el cuidado en la presentación y la elaboración hacen que estas comidas sean lo que en occidente llamamos un verdadero lujo asiatico.

Cena en el Ryokan de Kyoto. Sardinas en lata