En ciertos momentos, y cuando los viajes son largos, buscamos opciones más familiares, en definitiva, sentirnos un poco más en casa. Marrakech, ciudad intensa donde las haya, nos permite este viaje de una manera más o menos sencilla. La medina, los palacios y en definitiva toda esa vida africana y orientalizante, tiene su contrapunto en el lado francés de la ciudad. El urbanismo y la ciudad entera cambian en apenas unos metros y podemos sentirnos en la vieja Europa. Las aceras son anchas, hay semáforos en las esquinas y los restaurantes tienen elegantes diseños que pudieras encontrar en el mismísimo París. En este ambiente encontramos a +61. Diseño diáfano, ambiente agradable y un menú internacional. Una carta reducida siempre es una buena idea y entre las opciones seleccionamos dos auténticos clásicos: pasta y bocadillo. La pasta son unos malfatti (ese hermano segundo de los ñoquis) y un bocadillo de steak, o de filete que diría mi madre. Los malfatti son de ricota y piñones, y se bañan en una suave sopa de tomate. Ligeros y sabrosos. El bocadillo descansa sobre un pan (qué bueno el pan de Marrakech) tostado en abundante mantequilla. Lombarda, berenjenas y el aceite de albahaca lo envuelven en matices vegetales, nos separan del pertinaz ocidentalismo y nos recuerdan que, a pesar de todo, esto es África…. Menos mal.
Detalles
Cuando ves el contraste de vidas en Marrakech, entre lo tradiconal y lo moderno te das cuenta que es una ciudad viva y con una cultura de fondo muy auténtica. Me parece que tienen un gusto exquisito en el diseño y eso solo se consigue si tienes una educación cultural muy grande.
Es sorprendente la calidad en los diseños de interiores, en los detalles, pero tambien cuidan el diseño digital y las web son lo más bonito que he visto en mucho tiempo,