Creo que no debe haber ni una sola persona en estos días que, si ha comprado una torrija en cualquier pastelería, no se haya hecho esta pregunta ¿Valen las torrijas lo que cuestan? ¿No estamos hablando acaso de una comida de aprovechamiento? Más aún ¿una comida de pobres? Veamos los componentes y el proceso: Pan duro (el producto más básico y en su estado de deshecho) leche, huevos y azúcar (los esenciales de cualquier cocina) y fritura (el procedimiento por antonomasia para dar consistencia y calorías al alimento). Productos básicos y técnicas de infantería culinaria.
Pues este hermano pobre de la repostería, esta receta que garantizaba alimentar a mucha gente con muy pocos medios, de pronto nos lo presentan como la más alta repostería… y con los precios de alta repostería. Tamaño ennoblecimiento, que nos ha transformado la humilde torrija en una delicatessen, no se podía producir dejándola exáctamente igual, sería ya demasiado. Hay que justificar el dinero que se nos pide: Panes de brioche, cremas pasteleras, elaboraciones light, natas, chocolates, rellenos de la más variopinta procedencia y en cantidades abundantes, concursos y premios para todos… una transformación tal que la pregunta parece que varía y ya no es ¿Valen las torrijas lo que cuestan? Sino ¿Es esto una torrija? A lo que habría que contestar que definitivamente: No, en muchas ocasiones ni tan siquiera se parece.
Pero la vida pasa, y después de todo, y tras el cierto enfado que produce esta voraz mercantilización de uno de los postres más caseros y tradicionales de este país, queda el deseo de seguir comiendo torrijas. Sencillas y normales, con el suave aroma de la canela y el placer del pan frito… y la tentación de comprar las que nos venden a la vuelta de la esquina, que parecen de las de toda la vida, y es verdad que no han ganado cinco premios pero tienen pinta de no costar una friolera… y total un día es un día y la abuela está muy mayor y no quiere hacerlas, y el régimen lo empiezo el lunes… Y lo sabemos y lo aceptamos: Las torrijas no valen lo que cuestan, pero nos gustan demasiado.