Llega el día de la madre y con él muchas celebraciones culinarias. En la cultura que vivimos, básicamente mediterránea, el vínculo social es la familia, su pieza de encaje las madres y la tradicional palanca de fuerza la cocina. Hay pocas personas que no te hablen de las maravillosas rosquillas, croquetas o tortillas de patata, etc. que hace su madre, siendo lo más probable es que en “estos días tan señalados” celebren precisamente con estos platos. Pero no todas las madres son así, ni todas las familias celebran de una misma manera.

Yo vengo de una en la que a nuestra madre no le gustaba cocinar, y cuando digo que no le gustaba no me estoy refiriendo a que no disfrutara de la elaboración de grandes platos, sino que evitaba la cocina en todas y cada una de sus formas. Mi madre no sabía hacer un filete en una sartén, como puedo decir que no sabía hacer un huevo frito. Tal vez podía llegar a realizarlo como yo puedo programar la lavadora, pero en ningún caso soy una persona que entienda una lavadora. Para mi madre cocinar era una cuestión de supervivencia y disfrutaba sobremanera con los grandes y magníficos desarrollos que nos ha proporcionado la industria alimentaria de los dos últimos siglos. La freidora era un amigo seguro, el microondas un aliado siempre a punto y cualquier referencia a la necesidad de una alimentación sana una amenaza al auténtico estilo de vida familiar. Verduras y pescado fueron siempre sospechosos de alimentación hospitalaria e incluso la utilización sistemática del biberón infantil, tan sospechosa hoy en día, fue para ella señal de garantía.

El resultado de todo esto no ha sido en ningún caso negativo. Todos sus hijos, por pura necesidad de supervivencia, hemos salido con una habilidad notable en la cocina y somos los que en muchas ocasiones preparamos la comida en celebraciones. Pero, a pesar de todo, la cultura tira con una fuerza que a veces cuesta entender, y mi madre siempre vivió con esa sensación de que algo le faltaba en su papel familiar.  Para suplirlo, con el pasar de los años consiguió cocinar algo realmente bien: El gazpacho. Cómo llego esa receta y desarrollo esa habilidad lo desconozco, pero parafraseando a Sabina en aquella canción “Pero, muchacho, el punto del gazpacho, joder si lo tenía”

Hoy es el día de la Madre, y mi madre ya no está y su gazpacho tampoco. Quién me iba a decir que iba a echar tanto de menos sus habilidades como cocinera, pero así somos, un pueblo un tanto absurdo, que se une siempre alrededor de la comida. Feliz Día de La Madre.

Detalles

Merche compartiendo su gazpacho con sus nietas.

Las madres que no amaban la cocina