Que el bocadillo es uno de los grandes inventos de la humanidad, creo que nadie lo duda. Los que recuerdan esa obra maestra de Kubrick, 2001: Una odisea en el espacio, seguramente se emocionaron al ver al prehumano descubrir el poder de un hueso como arma. Pues bien, yo siempre he querido imaginar otro momento fundacional: aquel en el que a alguien se le ocurrió, por primera vez, meter algo —lo que fuera— entre dos panes y comérselo. Era perfecto. Alimentariamente, una combinación equilibrada de hidratos y proteínas. Prácticamente, una genialidad: podías sujetarlo con las manos, sin necesidad de plato, cubiertos ni casi servilleta. Económicamente, accesible como pocos alimentos. Y desde el punto de vista del gusto… insuperable. Pienso en ese primer homo sapiens que mordió dos trozos de pan crujiente con un poco de carne entre medias. ¿Qué pensó? ¿Se dio cuenta de que acababa de inventar algo que alimentaría a media humanidad durante milenios? ¿Imaginó que ese sencillo gesto cruzaría épocas, culturas y clases sociales? ¿Que lo comeríamos de madrugada en un portal, o bajo un árbol en medio del campo? ¿Pudo anticipar que un día alguien metería en ese pan una tortilla de patata —que aún no existía— y lo elevaría al olimpo de la gastronomía? Sí, la escena de Kubrick es poderosa. Pero, sinceramente, me habría emocionado más ver la cara del ser humano que dio el primer mordisco a un bocadillo. Vaya momento.

Comer de bocadillo. Sardinas en Lata
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