Hay algo que tenemos que admitir: la comida rápida forma parte de nuestra cultura gastronómica actual. Es barata, rápida y, aunque muchos no lo quieran reconocer, a veces realmente apetecible. Pero claro… no todo lo que brilla es oro.
Hace poco fui a probar una de esas cadenas que prometen pasta rápida y económica. En teoría suena bien, ¿no? Pasta: fácil de cocinar, fácil de conservar y le gusta a todo el mundo. Spoiler: salió mal. Muy mal.
En Muerde la Pasta, la experiencia fue un desastre de principio a fin. La pasta estaba tan recocida y apelmazada que parecía haber pasado por varias rondas de congelador y microondas. Las salsas… bueno, un engrudo de grasas industriales con un sabor tan lejano a la receta original que tenías que usar la imaginación para reconocerlo. El pescado tenía la ventaja de que solo con verlo, te hacía cambiar de idea. De la carne probé la “milanesa de pollo” y tras el primer mordisco fue directo a la basura por su sabor a rancio.
¿Lo salvable? Las pizzas. Pero con calidad de pizza de dos euros de supermercado. La bebida no mejoraba: grifos de refrescos de los que sólo salía líquidos con burbujas sin ninguna relación con lo anunciado. Los postres, puro azúcar para disimular.
Un verdadero desastre desde el principio hasta el final. Que tristeza cuando convertimos unos de los mayores placeres de la vida en una tortura.
