¿Alguna vez te has preguntado cómo verá el mundo la cocina española en 50 años?
Opción 1: que nos sigan asociando a esas maravillosas “paellas” de chiringuito con guisantes congelados y chorizo. Vamos, el terror culinario que todo turista sufre y que hace llorar a cualquier valenciano.
Opción 2: que nos convirtamos en el país del arroz. Suena bien, aunque, claro, ahí ya tenemos a medio continente asiático como competencia. Difícil jugarles la partida.
Opción 3: especializarnos en un producto estrella, tipo jamón ibérico. Rico, sí, pero… ¿de verdad vamos a resumir toda nuestra cultura gastronómica en una pata colgada?
Mi opción favorita: que el mundo entero entienda que lo nuestro son las tapas y los pintxos. Una forma de comer que no falla nunca: social, divertida, infinita en posibilidades y capaz de ser tanto alta cocina como fast food. Vamos, lo tenemos todo.
Ya lo intentaron algunos (José Andrés en EE. UU), pero aún falta camino. El reto es que en Buenos Aires, Berlín o Montreal, alguien el viernes por la noche diga: “¿Pedimos pintxos?”. Y que esté al mismo nivel que sushi, pizza o asado argentino.
¿Lo lograremos o nos quedaremos en la triste categoría de “paella mixta con marisco dudoso”?
El tiempo lo dirá. Pero la verdad… un futuro de bares de pintxos por todo el planeta suena bastante más apetecible.
