Nuestro relato sobre Enriqueta, esa mujer corajuda que creó el primer restaurante de la isla de La Graciosa, continúa esta semana con la valoración de una cena que hicimos allí. Es cierto que ya no es ella quien regenta el restaurante, pero también lo es que ha conseguido mantener el buen nombre y la tradición que heredó. Tras un paseo por las arenosas calles de Caleta del Sebo —una experiencia que no hay que perderse—, llegamos frente a Casa Enriqueta, que, como siempre, estaba llena hasta los topes. Gracias a que la gente prefiere cenar en el interior —vaya usted a saber por qué—, conseguimos mesa relativamente rápido. La organización del servicio al estilo isleño: pausada. Pero, sinceramente, ¿quién tiene prisa en La Graciosa? Lo primero que nos sirvieron fueron los consabidos mojos, pan y unas papas arrugadas. Ese fue el primer acierto. En nuestros viajes por Canarias hemos probado bastantes mojos y papas, pero sinceramente, este fue de los mejores. El mojo, fuerte e intenso, pero al mismo tiempo lleno de sabores frescos de las hierbas. No se lo pierdan. Las papas eran papas, con su textura pastosa y pieles ennegrecidas, no patatas disfrazadas. El queso horneado, estupendo: con el amargor del tostado y el dulzor intenso de los hilos de miel. Otro plato a resaltar fueron las croquetas de carrilleras. Olvídense de lo que solemos llamar croquetas: esto son carrilleras tal cual, rebozadas y fritas. Muy ricas. Las gambas a la plancha —que más bien eran langostino—, más prescindibles. Si pasan por La Graciosa, hay dos buenas razones para visitar este lugar. Primero: que es historia viva del lugar. Segundo: que se come estupendamente.





